lunes, 29 de septiembre de 2008

El poema

El texto lírico de Juan Ramón Peralta será retomado como plataforma onírica dentro del argumento del proyecto. No se pretende hacer una adaptación escénica, ni ilustrarlo, ni enunciarlo, sino expresar otras cosas usándolo como un punto de fuga donde sólo algunas frases se usen como embragues y conectores de sentido.

A continuación el texto completo con la paginación citada y las posibles frases "embragues" resaltadas en color. La vuelta a la hoja es un rasgo bien importante en la métrica de su lectura pues otorga cualidades simbólicas a la dimensión temporal y rítmica.

La casa se derrumba
Juan Ramón Peralta



Ahí estábamos por irnos y no,
perfectamente colocados a punto del despegue

Pero algo, como siempre algo nos detenía la ropa,
la hacía trizas, luego montones y anidaban ratas


y nos rompíamos de la cara
y perdíamos el resto de las ganas a unos metros de la puerta.


(299)






Será mejor salir con todos los horrores posibles.
En medio de un pase de magia o sobre la caída de un rayo,
Nos mentiremos hasta el cansancio una vez más.
¿Qué más da? Mañana.

El mañana es una forma (poética si se quiere) que encierra al ser que transita por él; tiene sus límites sombríos, anuncia poco los peligros y señala las distancias.

Mañana el cielo estará azul o lo estará pronto


(300)






Mañana nos veremos con la mirada algo fija,
Pasaremos con calma el borde de los platos,
Nos diremos una vez más,
Como burla de nosotros mismos,
Lo del par de vueltas a la manzana para pasarnos otra vez el susto,
La poca cena, el cansancio, y lo peor,
El encuentro de otros como yo y tú, ya sabes,
Nunca falta, sobre todo, en os fines de semana.

Mañana aún en la zona de guerra, con la cara limpia y con desvelo.

Nada, nunca pasa nada
Ni en ti ni en nosotros ni en la patria,


sólo el silencio que se traga todo el desayuno
hasta el acarreo de los buenos días

Más tarde nos diremos con la pobreza de la mirada esto pasa, una o dos veces al año.

Haremos señas con los cubiertos.

Esto pasa: eres nuestro padre.

Esto pasa: es tu casa,
Somos tus hijos
Y nos puedes hacer correr 5 kilómetros en cualquier noche,
Una o dos veces al año.

Esto pasa: estamos en la puerta,
Decidiendo por irnos y no.
Pero mejor callamos.
Eso lo tenemos ensayado.
Nos seguimos en el filo.
Ya nos vamos.

Esto pasa: recogemos nuestras chamarras y cerramos la puerta.
Afuera el frío.


(301)







Las vecinas acostumbradas al clima, con el Jesús en la boca, asoman la cabeza de pájaro. Huelen el humo desde su orilla. Se acercan, y se conforman aquellos senderos que intuitivamente forman animales cuando en las montañas caminan en busca de sustento. El cielo les responde. Cambia. Rápido, rápido, rápido cambian, meten su ropa, cierran sus ventanas. El granizo golpea las plantas.

No hay nada que podamos hacer.

Si, a esta hora se les incendia la casa

(302)








Pegados por dentro nos hundimos. Entonces, en un intento de rescate suena el teléfono. Entonces contesta:

Sííí, bueno, casa de la familia que se incendia
……………………
estamos en el número 9
…………….
……………

así es
ardemos confundidos en medio de un coro de ángeles.


(303)






Nunca llegaron los bomberos. Bajaron la calle,

nunca se detuvieron a ver cómo la luz atrae a las polillas.



(304)






Claro que los conozco, de vista pero los conozco. Se les quemaron los muebles, se les humearon sus muros. Qué pena, dicen: Qué pena y Chopin en la sala.

Pero nosotros muertos con los ojos en blanco.

Nosotros en los 4x4 de cemento.

La disposición de nuestros cuerpos quedó reducida al espacio de la vigilia, y la vigilia aquí tiene su centro. Su equivalente, dígase otra vez la muerte; allí donde la esperanza se confunde con el vacío.

Ya nos vamos, pero les decimos que con nuestros ojos todo lo absorbemos.

(305)






Tomen las fotos. Dejamos escapar los sonidos: jyutrddfazwecckw-rpvinni, según los diarios. Pero estos son datos externos.

Nosotros no entendemos y caminamos. Eso ya lo dije pero lo repito, pero lo repetimos. La otra noche era un simulacro, esta noche nos graduamos.

No hablaremos de la pérdida de los dientes, seguimos y silencio. Cuando terminó el camino seguimos viajando entre la distancia de un tronco seco y l aniebla azul del último monte.

Entonces entendimos que el paisaje es trastocado, transfigurado en nuestra mente, reducido a unos cuantos metros.



Por razones evidentes aún penamos errantes.


(306)





Donde quiera que vamos hermana, nos convertimos en polvo, y sentimos algunos átomos que forman el universo.

Sorprendidos somos unos niños y caminamos como a quien los observan.




(307)





Te juro, llueve, y el granizo golpea a las plantas.

Mami, eres tú quien viene desde su vientre a visitarme.

Qué esperanza ver la luz que golpea y gira, arriba, sobre un carro de bomberos.


(308)






Andamos ciegos con los ojos en blanco, andamos debajo de la cama tocando alguna pertenencia, algún zapato, aunque digan los rescatistas:

Ésta es la segunda semana.

Aquí no puede verse más con las linternas.

Nada esperamos que se mueva adentro.

Levantemos el equipo.

Hicimos lo necesario.


(309)





Tristes vuelven los perros con el hocico húmedo a las camionetas. No queremos convencernos que ya nada quieren hacer a unos metros de nosotros.

Escuchamos cómo vuelven a encender los motores, y se alejan por la calle con sus palas mecánicas. Los vecinos dispuestos a espantar el humo cierran sus puertas, vuelven a encender la tele, y de vez en cuando escuchan cómo se desmorona el concreto, y la caída se parece a una bola inmensa de nieve.


(310)









No más fotos, que no estamos en un accidente múltiple de carretera.

Escuchen… (caemos en la falla de San Andrés.)

Y suena más fuerte Chopin.

Algo completamente insuficiente para comprender todas las causas y la idea romántica de que las cosas se mueven, y caen en movimientos salvajes. Algunas veces no dejan la Tierra, por más y más que las golpeamos contra la puerta. Aunque parezcan incapaces de unirse o disculparse por lo ocurrido. A no ser que exista una que otra fuerza. Pero nunca llamen a la incertidumbre para que nos mantenga.

Nos dispersamos, nos trepamos al mismo cielo. Tampoco las cosas que caen lo hacen en línea recta. No tomamos en cuenta del lugar que partimos. No existe el horizonte, la perpendicularidad. Ya me voy, me voy con rapidez. Veo las nubes y cualquier otra cosa.


(311)






Después del colegio de mis monjas algunos árboles han crecido enormes para ensombrecer los escombros y mi casa es una niña asustada.


(312)







Nada. Nada somos, eso lo sabemos de las sombras, pero nosotros y la casa de tres pisos, otra vez, se elevan en la noche;

1 m 1.5 m 2 m

De pronto, la tienes por encima de las puntas de la reja. Entonces aparece un terreno baldío.









En medio, una charca repleta de renacuajos.

Mira cómo abren sus boquitas pintadas. Ansiosos mueven sus colas; piensan en la casa que ahora cubre la luna, y piensan: es una nube espesa señal de abundante lluvia. Mientras luchan con sus colas y sus dientes filosos para morderse los unos a nosotros.

Anochece: algo me corta la cara y el cerillo que ilumina se apagó.

6:15 Me quedé solo pensando en todo

Anochece: nada me mueve

No puedo hablar. Las paredes oyen

(313)





Nuestros cuerpos situados, exactamente bajo la estrella polar a las 22 horas del 14 de marzo, volverán a ocupar la misma posición, a las 21 horas 56 minutos del 15 de marzo, a las 20 horas 52 minutos del 16 de marzo y así sucesivamente, de este a oeste, cambiando su posición respecto de las estrellas fijas, dígase: Aries, Leo y las demás del purgatorio; hasta completar los 365 días. Después intentaremos levantarnos.


(314)





Entonces era pequeña, había salido de casa, no sé cuánto tiempo llevaba, sólo se que empecé a caminar sobre las vías.

Y entonces estaba lejos, empezaba a oscurecer. Llevaba en la mano una vara que encontré en el camino, por si algún animal llegaba.

Estaba asustada, muy asustada.

Entonces escribí sobre la tierra la palabra

c a s a

para que no se me perdiera.




(315)





Aquella noche veía mi casa como un carguero varado. Y es que toda tragedia puede caber en las bodegas de un buque oriental.

Cuando doblé la cinco de mayo con las piernas tambaleantes, vi, vi otra vez mi casa. Ahora, y no antes, era cierta la imagen de un carguero con el estribor recargado impidiendo la llegada de las olas a la playa. Para entonces de nada servía mi casa de tres pisos y la terraza pronunciando la espalda al mar.

(316)

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